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Tintoretto Tamar Judah

Los que amamos resolver crucigramas sabemos que siempre aparecen personajes de la Biblia. Las definiciones suelen dar una pista sobre ellos: este construyó un arca, este otro es hijo del que construyó un arca, la esposa de aquel se convirtió en una estatua de sal, este fue el tercer hijo de Adán y Eva (así es: no contentos con los disgustos ocasionados por los dos primeros, tuvieron otro hijo), a ese otro se lo tragó una ballena, y así.

Pero hay uno al que solo se lo define como “personaje bíblico”, sin agregar ningún detalle para ayudar a dar con la respuesta. Los conocedores sabemos que se trata de Onán, y que de su nombre proviene el término “onanismo” y el particular hobby que este término designa. Sin embargo, hoy los estudiosos parecen estar de acuerdo en que con Onán se ha cometido una gran injusticia. La historia, muy resumida, es así.

El tipo es un personaje de la Biblia considerado menor: en el Libro del Génesis es el segundo hijo de Judá, uno de los principales ancestros del pueblo judío. El hermano mayor de Onán se llamaba Er, quien tomó por esposa a Tamar. Pero debido a su maldad, Er fue muerto por Dios (es sabido que el Dios del Antiguo Testamento se caracterizaba por su escasa paciencia) sin haber tenido hijos con Tamar. De acuerdo con la Ley del Levirato, si un hombre moría sin tener hijos su pariente más cercano estaba obligado a casarse con la viuda, y el primer hijo de esta unión era considerado como heredero del finado. Parece que Onán no quería saber nada con tener hijos que no serían suyos, e insistía en “derramar su simiente en la tierra”. Y acá viene la injusticia: no era que Onán se masturbaba, sino que recurría a una interrupción voluntaria del acto sexual, es decir, “coitus interruptus”. No obstante, su nombre pasó a la historia como sinónimo de masturbación. Sea como fuere, Dios, que no se preocupaba por etimologías arcaicas, también lo mató.

La historia de Tamar continúa en la Biblia: Judá le dijo a su nuera que esperara hasta que su hijo menor, Selá, fuese mayor de edad para poder casarse con ella. Tamar desconfió; después de todo, Dios le había matado a dos maridos ya. Y se le ocurrió una estratagema: se disfrazó de prostituta, se acostó con el suegro y quedó embarazada de gemelos a los que llamó Zérah y Pérez (sí, Pérez). La seducción de Tamar a Judá ha sido recreada en varias pinturas clásicas, como la que ilustra este post, obra de Tintoretto. La historia de Judá sigue y con bastante detalle, ya que su tribu fue la más poderosa de las tribus de Israel; de hecho, las genealogías de Mateo y Lucas sostienen que el mismo Jesucristo era descendiente de Judá.

En fin, volviendo al propósito de esta notuela, ¿por qué se ignora así a Onán, verdadero ejemplo y guía espiritual de millones de personas a lo largo de la historia, aun sabiendo que la característica que se le adjudica no es del todo correcta? Desde este humilde espacio rindo mi homenaje a este maltratado pionero cuya historia debería aparecer explícitamente en los crucigramas.

Y como no podía ser de otra manera, le tiendo mi mano amiga.

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